Busca fomentar un espacio de apertura a los sentimientos y emociones, propiciando espacios específicos de diálogo, como lo son: mesita de paz, el círculo y visitas. Además se favorece la expresión de ideas, así como el reconocimiento de las emociones y sentimientos, tanto de ellos mismos como de los demás, mediante actividades como: yoga, meditación y la silueta del aprecio. También se pretende tener una conexión con el entorno natural, con el fin de que lo reconozcan como parte de su vida y que vivan en armonía con él, ya sea: cuidando del agua, reciclando, sembrando dentro de su hortaliza o alimentando a un animal en su granja.

En este modelo educativo, los niños y niñas poseen la libertad de elegir qué, con quiénes, cuándo y con qué material trabajarán, con el propósito de que descubran por sí mismos: sus habilidades, capacidades y actitudes; y que sean ellos mismos los que exploren e integren nuevos conocimientos. En el «ambiente» (salón de clases) se encuentran diversos elementos intangibles: actitud, independencia, confianza, convivencia, curiosidad, entre otros, que favorecen el proceso de aprendizaje de los niños y niñas. En ese ciclo escolar se ofrecieron: clases de lenguaje, matemáticas, geometría y deportes, así como sensibilizaciones en temas de la cultura rarámuri y en la cultura de la paz.